A menudo, el término valores educativos es materia de explicaciones, tan insistentes como entusiasmadoras, cuando se trata de incitar a su realización, pero también lo es de lamentos y de alarmas, cuando se advierte su ausencia. Y es que los valores educativos no han pasado de ser un nombre con el que se designa a una cualidad, a un atributo, a una propiedad, de algo relacionado con la tarea educativa. De esa suerte, semejante noción tan banal, de los valores educativos, se reduce, en su significación, a un adorno que, como tal, se puede quitar; o a un grado de calificación que se puede asignar como bueno o como malo, al resultado del proceso educativo. Ciertamente, los valores (y entre ellos los educativos) significan una cualidad de superioridad, de preferencia, de elegibilidad; cualidad que se puede graduar, hasta llegar a una polaridad, donde se contrasta los positivo de su presencia frente a lo negativo de su ausencia. Y es que, semejante cuestión de los valores educativos, o de lo axiológico en la educación ( para usar el término técnico), a veces se plantea en forma deficiente o incompleta. De ordinario se buscan valores, pero parece que se les busca como cualidades abstractas, alejadas del hecho concreto que es su asiento propio, a saber, el hecho real, constatable, de la educación. Los valores educativos se dan en el hecho educativo , de la misma manera que los valores científicos se dan en los conocimientos científicos, los valores morales en los actos morales, y los valores artísticos en las obras de arte; hechos todos, de las rigurosa procedencia humana, y por eso, su cualidad esencial, su valor, también participa de lo humano. Pero lo humano, no puede entenderse sólo como una procedencia empírica material del hombre, sino como una forma de participación consciente, en donde se antepones una intención, y se emplea el esfuerzo necesario y dirigido para su logro. Es decir, todo valor supone, reclama y exige un asiento material creado por el hombre, para que en él se radique, se ostente su cualidad valiosa; y así como hay que reconocer su humanicidad a los conocimientos científicos, a los actos morales o las obras artísticas, también hay que reconocerla al hecho educativo. Y con la misma razón que a las cualidades de esas creaciones humanas, o sea, a los valores, se les califica de culturales, porque en su totalidad son la esencia de la cultura, a las creaciones humanas que los contienen, los muestran, los materializan, se les llama bienes culturales. Y luego de la especificación de la actividad de que se trata, podrá hablarse de bienes científicos, de bienes artísticos o de bienes educativos. La cuestión, entonces, ha de replantearse en términos de asignar, incluso de exigir, la presencia de valores educativos, pero que han de darse en una realidad humana imprescindible, la cual es el hecho educativo, en el que participan dos elementos humanos: el educando y el educador; el primero, como destinatario y receptor de la acción educativa, y el segundo, como agente externo, al lado de otros muchos, en que se concreta esa acción formadora. Es así que todo lo que hace el educador: sus maneras de proceder, los elementos de que se auxilia, el ambiente en que opera, los contenidos que ordena y enseña, tiene el carácter de bien educativo. Pero semejantes bienes educativos, lo son en la medida en que a través de ellos el educando llega a educarse, es decir, a ostentar cualidades de formación personal humana, que son precisamente los valores educativos; así como la verdad, la bondad y la belleza, son los valores de la ciencia, de la moral y del arte. El educando se educa, cuando, a través de los bienes educativos, que fomenta el maestro, llega a formarse, es decir, en la medida en que va asociado a su persona todos los bienes educativos, que no son otra cosa elementos culturales concretos, favorecedores de la integración personal del educando, en el mundo de la cultura. Los bienes educativos, son medios que favorecen la realización de valores educativos. La conocida sentencia: “educar con el ejemplo”, equivale a tomar el ejemplo, es decir, la presencia y la actuación del maestro, como un bien educativo, para que a través de él, el alumno realice mediante su repetición, un proceso educativo valioso. Y lo mismo podrá decirse de los métodos y técnicas didácticos, de los materiales auxiliares de la enseñanza, de los programas y libros escolares, del mobiliario, del equipo y del propio edificio escolar con su diversidad de instalaciones, de las formas de organización y disciplinarias, aun de los propios estilos, formas y prácticas de la evaluación. Todo ello se reduce a bienes educativos, de los cuales, el alumno, a través de su contacto con ellos, recoge elementos esenciales para su integración personal, esto es, apoyos para su formación, o lo que es lo mismo, valores educativos.
Fuente(s):
http://www.itlp.edu.mx/publica/boletines...
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